sábado, 29 de diciembre de 2018

FELIZ FINAL. Una novela de Isaac Rosa

Acabo de leer esta novela y he de confesar que me ha ido encandilando a medida que avanzaba por sus páginas.

La historia es la de una pareja que acaba de divorciarse y que va contando su experiencia de amor de una forma muy especial. Comienzan desde el divorcio y van para atrás hasta el momento en que se conocieron.

La novela es a dos voces: la de él y la de ella. Ambos van desgranando su vivencia y visión personal de cada uno de los acontecimientos que construyeron ese amor y de cómo se fue dinamitando con el paso del tiempo. 

Esta manera de escribir desde dos visiones, una femenina y otra masculina, de los mismos hechos hace que la posible conversación literaria acerca del texto, tertulia si se quiere llamar así, sea potencialmente muy rica, ya que el tema que del que los protagonistas hablan es el del enamoramiento y la convivencia en pareja, con todas las variables que los rodean.

viernes, 28 de diciembre de 2018

La mujer más pequeña del mundo. Un cuento de Clarice Lispector.

En las profundidades del África Ecuatorial, el explorador francés Marcel Petre, cazador y hombre de mundo, se encontró con una tribu de pigmeos de una pequeñez sorprendente. Más sorprendido, pues, quedó al ser informado de que un pueblo de tamaño aún menor existía más allá de florestas y distancias. Entonces, él se adentró aún más.

En el Congo Central descubrió, realmente, a los pigmeos más pequeños del mundo. Y —como una caja dentro de otra caja, dentro de otra caja— entre los pigmeos más pequeños del mundo estaba el más pequeño de ellos, obedeciendo, tal vez, a una necesidad que a veces tiene la naturaleza de excederse a sí misma.

Entre mosquitos y árboles tibios de humedad, entre las hojas ricas de un verde más perezoso, Marcel Petre se topó con una mujer de cuarenta y cinco centímetros, madura, negra, callada. «Oscura como un mono», informaría él a la prensa, y que vivía en la copa de un árbol con su pequeño concubino. Entre los tibios humores silvestres, que temprano redondean los frutos y les dan una casi intolerable dulzura al paladar, ella estaba embarazada.

Allí en pie estaba, pues, la mujer más pequeña del mundo. Por un instante, en el zumbido del calor, fue como si el francés hubiese, inesperadamente, llegado a la conclusión última. Con certeza, solo por no ser loco, es que su alma no desvarió ni perdió los límites. Sintiendo la necesidad inmediata de orden y de dar nombre a lo que existe, la apellidó Pequeña Flor. Y para conseguir clasificarla entre las realidades reconocibles, pasó enseguida a recoger datos relacionados con ella. CONTINUAR LEYENDO

jueves, 27 de diciembre de 2018

Oona, la alegre mujer de las cavernas Un cuento de Patricia Highsmith (Estados Unidos: 1921-1995).



Era un poco peluda, le faltaba un incisivo, pero su atractivo sexual era perceptible a una distancia de doscientos metros o más, como un olor; quizás fuese eso. Toda ella era redonda: su vientre, sus hombros, sus caderas eran redondas, y siempre estaba sonriente, siempre alegre. Por eso gustaba a los hombres. Siempre tenía algo cociendo en una olla sobre el fuego. Era mansa y nunca se enfadaba. Le habían dado tantos garrotazos en la cabeza que su cerebro estaba confuso. No hacía falta golpear a Oona para poseerla, pero esa era la costumbre, y Oona apenas se molestaba en esquivar el cuerpo para protegerse.

Oona estaba permanentemente preñada y nunca había experimentado el comienzo de la pubertad, ya que su padre se había aprovechado de ella desde que tenía cinco años, y después de él, sus hermanos. Su primer hijo nació cuando ella tenía siete años. Aun en avanzado estado de gestación abusaban de ella, y los hombres esperaban impacientes la media hora o así que tardaba en parir, para lanzarse de nuevo sobre ella.

Curiosamente, Oona mantenía más o menos constante el índice de natalidad de la tribu; en todo caso, la población tendía a disminuir, ya que los hombres desatendían a sus mujeres porque estaban pensando en ella o, a veces, morían al pelear por ella.

Finalmente, Oona fue asesinada por una mujer celosa, a quien su marido no había tocado desde hacía muchos meses. Este hombre fue el primero que se enamoró. Se llamaba Vipo. Sus amigos se habían reído de él por no tomar a otras mujeres, o a la suya propia, en los momentos en que Oona no estaba disponible. Vipo había perdido un ojo luchando con sus rivales. Era un hombre solo de mediana estatura. Siempre le había llevado a Oona las piezas más selectas que cazaba. Trabajó mucho para hacer un adorno de pedernal, convirtiéndose así en el primer artista de su tribu. Todos los demás utilizaban el pedernal solamente para hacer puntas de flecha y cuchillos. Le había dado el adorno a Oona para que se lo colgara al cuello con una cinta de cuero.

Cuando la mujer de Vipo mató a Oona por celos, Vipo mató a su mujer impulsado por el odio y la ira. Luego cantó una canción que sonaba fuerte y trágica. Siguió cantando como un loco, mientras las lágrimas corrían por sus barbudas mejillas. La tribu pensó en matarlo, porque estaba loco y era diferente a todos, y le temían. Vipo dibujó figuras de Oona en la arena húmeda de la orilla del mar; luego, imágenes de ella sobre las rocas lisas de las montañas cercanas, imágenes que se veían desde lejos. Hizo una estatua de Oona en madera; después, una en piedra. Algunas veces dormía con ellas. Con las torpes sílabas de su lenguaje formó una frase que evocaba a Oona siempre que la pronunciaba. No era el único que aprendió y pronunció esa frase, ni el único que había conocido a Oona.

Vipo fue asesinado por una mujer celosa cuyo hombre no la había tocado desde hacía meses. Su hombre le había comprado a Vipo una estatua de Oona por un precio muy elevado: una enorme pieza de cuero hecho con varios pellejos de bisonte. Vipo se hizo con ella una hermosa casa impermeable, y aún le sobró suficiente para vestirse. Inventó unas frases acerca de Oona. Algunos hombres lo habían admirado, otros lo habían odiado, y las mujeres lo odiaban todas, porque las miraba como si no las viese. Muchos hombres se entristecieron por la muerte de Vipo.

Pero, en general, la gente se sintió aliviada cuando Vipo desapareció. Había sido un hombre extraño, que perturbaba el sueño de algunas personas por las noches.

FIN

“Oona, the Jolly Cave Woman”,
Little Tales of Misoginy
, 1975

domingo, 23 de diciembre de 2018

Nana del odio. Un poema de Francisca Aguirre.


“Nana del odio”

Hay pocos desperdicios tan oscuros como el odio,
y también hay pocos desperdicios tan inservibles como el odio.
Es uno de esos apestados a los que no se sabe por donde coger.
Mira que le he dado vueltas a esa piltrafa,
con él no hay forma, no hay manera de echarle mano.
Y lo de dormir, eso ni pensarlo.
Es como un mal bicho:
Cuando él se nos acerca ya no hay quien pare.
Y tiene una capacidad, un empuje…
es un desperdicio que mantiene la eterna juventud,
una desapacible juventud que se nutre de la destrucción.
Verdaderamente, toparse con el odio,
mirar de frente a esa alimaña,
me descompone el cuerpo, es decir: el alma.
Pero la música nunca pierde de vista su destino:
hay que encontrar la forma de que el odio se duerma,
hay que encontrar las notas de la nana que logre apaciguar a ese caníbal.
La constancia le puede, el dulce ritmo de la música lo apaga, lo enmudece, lo reduce a silencio.
No sé cómo explicar lo amargo que es cantarle a un amasijo descompuesto,
pero sé bien que sólo la piedad del canto puede lograr que semejante fiera duerma.
En fin, no hay que hacerse tampoco alegres ilusiones,
con semejante bicho nada está seguro.
Por mucho que le cantes,
aunque dejes tu vida en el empeño,
la experiencia aconseja ser prudentes, permanecer alerta y bien despiertos.
Y confiar en que la música de la piedad sea contagiosa.
Francisca Aguirre
Fuente: trianarts.com

viernes, 21 de diciembre de 2018

FELIZ NAVIDAD


Feliz Navidad, feliz nacimiento, feliz cambio. Felicidad para los que hacemos infelices, para los deshumanizados e invisivilizados por la injusticia, la marginación, la pobreza, la violencia, el hambre, la explotación, el rechazo, las fronteras, las banderas, el egoísmo, la avaricia, ... Felicidad que no puede quedarse en un deseo ni en un grito, sino en la lucha por la transformación de aquello que genera infelicidad en muchas personas que siguen siendo, pese a quien pese, fuentes de humanidad; que siguen siendo necesarias para que nos sintamos personas, para que construyamos nuestras identidades y para que seamos portadores de dignidad. Seamos conscientes, hoy más que nunca, de que necesitamos de la felicidad de los infelices para tener rasgos de humanidad, para ser parte de la humanidad, para vivir sin mentiras, sin autoengaños. Por eso, desde ese querer y desde esa lucha deseo a todo el mundo: FELIZ NAVIDAD.

Y a falta de postales y de vídeos, GIFs o emoticonos al uso, desde este humilde cuaderno de bitácora solo la magia de la poesía podía acompañar estas palabras. En este caso con un poema de una poeta jerezana, Josefa Parra, que lleva por título: Del tacto

Un poema que se abre al mundo desde muchos ojos que miran y ven. Miradas que salvan, conjuran, encienden, palpan, acarician y queman. Porque en lo que se refiere a la felicidad y la injusticia, yo también prefiero quemarme a estar a oscuras. 

DEL TACTO

¡Sálvame con la luz que hay en tus dedos si me tocan!
Conjura la desidia.
Enciéndeme o abrásame en el tacto esplendoroso y claro de tus manos.
Como las mariposas de noche.
Hacia la llama iré que tú convocas,
que prefiero quemarme a estar a oscuras.
Josefa Parra


martes, 18 de diciembre de 2018

El reloj. Un cuento de Pío Baroja.

Hay en los dominios de la fantasía bellas comarcas en donde los árboles suspiran y los arroyos cristalinos se deslizan cantando por entre orillas esmaltadas de flores a perderse en el azul mar. Lejos de estas comarcas, muy lejos de ellas, hay una región terrible y misteriosa en donde los árboles elevan al cielo sus descarnados brazos de espectro y en donde el silencio y la oscuridad proyectan sobre el alma rayos intensos de sombría desolación y de muerte.

Y en lo más siniestro de esa región de sombras, hay un castillo, un castillo negro y grande, con torreones almenados, con su galería ojival ya derruida y un foso lleno de aguas muertas y malsanas.

Yo la conozco, conozco esa región terrible. Una noche, emborrachado por mis tristezas y por el alcohol, iba por el camino tambaleándome como un barco viejo al compás de las notas de una vieja canción marinera. Era una canción la mía en tono menor, canción de pueblo salvaje y primitivo, triste como un canto luterano, canción serena de una amargura grande y sombría, de la amargura de la montaña y del bosque. Y era de noche. De repente, sentí un gran terror. Me encontré junto al castillo, y entré en una sala desierta; un alcotán, con un ala rota, se arrastraba por el suelo.

Desde la ventana se veía la luna, que ilumina con su luz espectral el campo yerto y desnudo; en los fosos se estremecía el agua intranquila y llena de emanaciones. Arriba, en el cielo, el brillante Arturus resplandecía y titilaba con un parpadeo misterioso y confidencial. En la lejanía las llamas de una hoguera se agitaban con el viento. En el ancho salón, adornado con negras colgaduras, puse mi cama de helechos secos. El salón estaba abandonado; un braserillo, donde ardía un montón de teas, lo iluminaba. Junto a una pared del salón había un reloj gigantesco, alto y estrecho como un ataúd, un reloj de caja negra que en las noches llenas de silencio lanzaba su tictac metálico con la energía de una amenaza.

«¡Ah! Soy feliz -me repetía a mí mismo-. Ya no oigo la odiosa voz humana, nunca, nunca.»

Y el reloj sombrío medía indiferente las horas tristes con su tictac metálico.

La vida estaba dominada; había encontrado el reposo. Mi espíritu gozaba con el horror de la noche, mejor que con las claridades blancas de la aurora.

¡Oh! Me encontraba tranquilo, nada turbaba mi calma; allí podía pasar mi vida solo, siempre solo, rumiando en silencio el amargo pasto de mis ideas, sin locas esperanzas, sin necias ilusiones, con el espíritu lleno de serenidades grises, como un paisaje de otoño.

Y el reloj sombrío medía indiferente las horas tristes con su tictac metálico. En las noches calladas una nota melancólica, el canto de un sapo me acompañaba.

-Tú también -le decía al cantor de la noche- vives en la soledad. En el fondo de tu escondrijo no tienes quien te responda más que el eco de los latidos de tu corazón.

Y el reloj sombrío medía indiferente las horas tristes con su tictac metálico.

Una noche, una noche callada, sentí el terror de algo vago que se cernía sobre mi alma; algo tan vago como la sombra de un sueño en el mar agitado de las ideas. Me asomé a la ventana. Allá en el negro cielo se estremecían y palpitaban los astros, en la inmensidad de sus existencias solitarias; ni un grito, ni un estremecimiento de vida en la tierra negra. Y el reloj sombrío medía indiferente las horas tristes con su tictac metálico.

Escuché atentamente; nada se oía. ¡El silencio, el silencio por todas partes! Sobrecogido, delirante, supliqué a los árboles que suspiraban en la noche que me acompañaran con suspiros; supliqué al viento que murmurase entre el follaje, y a la lluvia que resonara en las hojas secas del camino; e imploré de las cosas y de los hombres que no me abandonasen, y pedí a la luna que rompiera su negro manto de ébano y acariciara mis ojos, mis pobres ojos, turbios por la angustia de la muerte, con su mirada argentada y casta.

Y los árboles, y la luna, y la lluvia, y el viento permanecieron sordos. Y el reloj sombrío que mide indiferente las horas tristes se había parado para siempre.

FIN

Este relato forma parte de Vidas sombrías, un libro que recoge el mundo interior del autor expresado a través del paisaje.

lunes, 17 de diciembre de 2018

AUNQUE TÚ NO LO SEPAS. Un poema de Luis García Montero que inspira un cuento ("El vocabulario de los balcones", de Almudena Grandes) y una canción del mismo nombre de Quique González.


Como la luz de un sueño,
que no raya en el mundo pero existe,
así he vivido yo
iluminando
esa parte de ti que no conoces,
la vida que has llevado junto a mis pensamientos.

Y aunque tú no lo sepas, yo te he visto
cruzar la puerta sin decir que no,
pedirme un cenicero, curiosear los libros,
responder al deseo de mis labios
con tus labios de whisky,
seguir mis pasos hasta el dormitorio.

También hemos hablado
en la cama, sin prisa, muchas tardes
esta cama de amor que no conoces,
la misma que se queda
fría cuanto te marchas.

Aunque tú no lo sepas te inventaba conmigo,
hicimos mil proyectos, paseamos
por todas las ciudades que te gustan,
recordamos canciones, elegimos renuncias,
aprendiendo los dos a convivir
entre la realidad y el pensamiento.

Espiada a la sombra de tu horario
o en la noche de un bar por mi sorpresa.
Así he vivido yo,
como la luz del sueño
que no recuerdas cuando te despiertas.




EL VOCABULARIO DE LOS BALCONES
Almudena Grandes

No hay escalera sin barandilla ni hortera sin zapatos de rejilla, solíamos decir en aquella época, pero lo peor no era la abominable trama tejida con tiritas de cuero marrón que estigmatizaba cruelmente sus empeines, sino el grosero repiqueteo de esos tacones —tap tap tap tap—, que acechaban mis pasos cuatro veces al día, todas las mañanas y todas las tardes, de casa al instituto, del instituto a casa, y vuelta a empezar. De vez en cuando, mientras cambiaba de acera en cada semáforo para que, por lo menos, le costara trabajo seguirme, me preguntaba por qué se empeñaría él en llevar todos los días a clase aquellos zapatos de domingo, siempre impecables, tan lustrosos y brillantes, aunque sus costuras ya hubieran empezado a reventar. Él no necesitaba esos tacones, una base insólita para sus eternos pantalones de chándal de espuma azul, porque era un chico muy alto, pero aquel mínimo detalle no bastaba para convertir en un misterio el vulgar acertijo de su existencia.

No hay parto sin dolor, ya se sabe, ni hortera sin transistor, y él, naturalmente, solía llevar un transistor pegado a la oreja, el volumen a tope mientras me esperaba, emboscado en la esquina de mi casa. Algunas tardes, el eco melancólico, antiguo, de aquella canción que le gustaba tanto, me advertía de su presencia antes aun que la sombra de su figura escurrida y triste, tan larga y, sin embargo, tan extrañamente desamparada. Luego, sus tacones —tap tap tap tap— ponían una nota de más en la dulzona salmodia de aquel amor terminal y desgarrado que nos acompañaba, eso da igual, ya nada importa, San Bernardo abajo, San Bernardo arriba, todo tiene su fi-i-i-in, como una profecía incapaz de cumplirse.

—No sé cómo le aguantas —me decía mi prima Ángeles, que por aquel entonces ya había conseguido que todas sus amistades la llamaran Angelines, abreviatura madrileña que ella encontraba muy fina, pero que en casa, mal que la pesara, seguía siendo Angelita, y por muchos años—. Es que es lo que le faltaba ya, al tío, que le gusten Los Módulos. CONTINUAR LEYENDO

domingo, 16 de diciembre de 2018

Dama de blanco. Un poema de la peruana Blanca Varela (1926-2009).

El poema es mi cuerpo
esto la poesía
la carne fatigada
el sueño el sol
atravesando desiertos
los extremos del alma se tocan
y te recuerdo Dickinson
precioso suave fantasma
errando tiempo y distancia
en la boca del otro habitas
caes al aire eres el aire
que golpea con invisible sal
mi frente
los extremos del alma se tocan
se cierran se oye girar la tierra
ese ruido sin luz
arena ciega golpeándonos
así será ojos que fueron boca
que decía manos que se abren
y se cierran vacías
distante en tu ventana
ves al viento pasar
te ves pasar el rostro en llamas
póstuma estrella de verano
y caes hecha pájaro
hecha nieve en la fuente
en la tierra en el olvido
y vuelves con falso nombre de mujer
con tu ropa de invierno
con tu blanca ropa de
invierno
enlutado

El amigo que duerme. Un poema de Cesare Pavese.

¿Que le diremos esta noche al amigo que duerme?
La palabra más tenue nos trepa a los labios
desde la pena más atroz. Miraremos al amigo,
sus inútiles labios que no dicen nada,
hablaremos en voz baja.
La noche tendrá el rostro
del antiguo dolor, que resurge cada tarde,
vivo e impasible. El silencio remoto
sufrirá como un alma, mudo, en lo oscuro.
Hablaremos a la noche que respira en voz baja.

Oiremos cómo gotean los instantes en lo oscuro,
más allá de las cosas, en el ansia del alba,
que llegará súbitamente tallando las cosas
contra el muerto silencio. La luz inútil
revelará el rostro absorto del día. Los instantes
callarán. Y las cosas hablarán en voz baja.

sábado, 15 de diciembre de 2018

Ambientando la lectura en 3º de Primaria del IPI Samaniego de Vitoria-Gasteiz.

Isabel, la profesora del IPI Samaniego con la que colaboro desde hace varios cursos,  me comenta una actividad de ambientación lectora que está llevando a cabo en este curso y de la que he sido testigo y participante en diferentes ocasiones.
"Todas las mañanas que el horario me permite, recibo a los/as niños/as con una música suave y relajante y una sencilla ambientación relacionada con un texto que van a escuchar. Hasta ahora han sido canciones, cuentos ,y poesías, pero quiero introducir refranes, adivinanzas....
Se trata de crear un ambiente "mágico", agradable, que nos invite a estar juntos y a escuchar. Nos ayuda a empezar la mañana saludándonos con cariño y a la vez disfrutar de la magia de los textos.
Sin duda, la experiencia está siendo muy satisfactoria. Los niños saben que al llegar deben entrar con tranquilidad y sentarse en el corro, alrededor del texto que se va a leer y de objetos relacionados con él. Saben que cada día hay una sorpresa esperándolos.
Es magnífico observar sus caritas de sorpresa y de curiosidad sobre lo que van a escuchar en voz alta. Realmente lo viven como un momento mágico. Esto me motiva para seguir escogiendo textos y crear un ambiente entorno a ellos.
Algunas veces son los propios niños los que leen los textos o parte de ellos, cosa que les encanta.
Los textos leídos se van colocando en la biblioteca de la clase para que los hojeen y los lleven a casa si lo desean. Por otro lado, las fotos de los poetas que vamos conociendo, se van colgando en la clase."
Esta ambientación también se ha llevado a cabo cuando hemos hecho lectura compartida, bien a través de tertulias literarias dialógicas o de la lectura en voz alta de álbumes ilustrados con su correspondiente conversación literaria.







AQUÍ TENÉIS LOS TEXTOS LEÍDOS EN VOZ ALTA Y ARRIBA 
LA AMBIENTACIÓN DE ALGUNOS.

CUENTOS DE HADAS Y LITERARIOS: 
  • Si tienes un padre mago
  • El pastor mentiroso
  • El monstruo de colores
  • La ardilla hacendosa
  • El ruiseñor y la rosa (Oscar Wilde)
  • La cigarra y la hormiga
  • El hermano de Juan sucio
  • Zergatik ez dauka ilargiak soinekoak (Anaya koadernoan 2-3 or)
  • Ni ni naiz
  • El gigante egoísta (Oscar Wilde)
  • El Príncipe feliz ( Oscar Wilde)
  • Euskal mitología
  • Euskaraldia:” Ahobizi belarriprest” (abestia)
ÁLBUMES ILUSTRADOS:
  • El abrigo de Pupa
  • La gran fábrica de las palabras
  • Las palabras dulces
  • Nadarin
  • Elmer
  • A qué sabe la luna
POESÍAS:

Gloria Fuertes: Poema del no, El libro en el sillón, Como se dibuja un niño, Doña Pitu Piturra

Federico Garcia Lorca: Mariposa del aire

Antonio Machado: La plaza tiene una torre

Amado Nervo: Barquito de papel

Alicia Borras: De mimos

Carmen Conde: Un pájaro ruiseñor, Barquito de papel

Juan Ramón Jiménez: Otoño

Pablo Neruda: ¿Quién muere?

Carlos Blanco Sánchez: Mermelada de membrillo, Canción del membrillo, El abuelo y el nieto

¡¡¡ENHORABUENA Y ADELANTE!!!

miércoles, 12 de diciembre de 2018

La migala. Un inquietante cuento de Juan José Arreola.

La migala discurre libremente por la casa, pero mi capacidad de horror no disminuye.

El día en que Beatriz y yo entramos en aquella barraca inmunda de la feria callejera, me di cuenta de que la repulsiva alimaña era lo más atroz que podía depararme el destino. Peor que el desprecio y la conmiseración brillando de pronto en una clara mirada.

Unos días más tarde volví para comprar la migala, y el sorprendido saltimbanqui me dio algunos informes acerca de sus costumbres y su alimentación extraña. Entonces comprendí que tenía en las manos, de una vez por todas, la amenaza total, la máxima dosis de terror que mi espíritu podía soportar. Recuerdo mi paso tembloroso, vacilante, cuando de regreso a la casa sentía el peso leve y denso de la araña, ese peso del cual podía descontar, con seguridad, el de la caja de madera en que la llevaba, como si fueran dos pesos totalmente diferentes: el de la madera inocente y el del impuro y ponzoñoso animal que tiraba de mí como un lastre definitivo. Dentro de aquella caja iba el infierno personal que instalaría en mi casa para destruir, para anular al otro, el descomunal infierno de los hombres.

La noche memorable en que solté a la migala en mi departamento y la vi correr como un cangrejo y ocultarse bajo un mueble, ha sido el principio de una vida indescriptible. Desde entonces, cada uno de los instantes de que dispongo ha sido recorrido por los pasos de la araña, que llena la casa con su presencia invisible.

Todas las noches tiemblo en espera de la picadura mortal. Muchas veces despierto con el cuerpo helado, tenso, inmóvil, porque el sueño ha creado para mí, con precisión, el paso cosquilleante de la araña sobre mi piel, su peso indefinible, su consistencia de entraña. Sin embargo, siempre amanece. Estoy vivo y mi alma inútilmente se apresta y se perfecciona.

Hay días en que pienso que la migala ha desaparecido, que se ha extraviado o que ha muerto. Pero no hago nada para comprobarlo. Dejo siempre que el azar me vuelva a poner frente a ella, al salir del baño, o mientras me desvisto para echarme en la cama. A veces el silencio de la noche me trae el eco de sus pasos, que he aprendido a oír, aunque sé que son imperceptibles.

Muchos días encuentro intacto el alimento que he dejado la víspera. Cuando desaparece, no sé si lo ha devorado la migala o algún otro inocente huésped de la casa. He llegado a pensar también que acaso estoy siendo víctima de una superchería y que me hallo a merced de una falsa migala. Tal vez el saltimbanqui me ha engañado, haciéndome pagar un alto precio por un inofensivo y repugnante escarabajo.

Pero en realidad esto no tiene importancia, porque yo he consagrado a la migala con la certeza de mi muerte aplazada. En las horas más agudas del insomnio, cuando me pierdo en conjeturas y nada me tranquiliza, suele visitarme la migala. Se pasea embrolladamente por el cuarto y trata de subir con torpeza a las paredes. Se detiene, levanta su cabeza y mueve los palpos. Parece husmear, agitada, un invisible compañero.

Entonces, estremecido en mi soledad, acorralado por el pequeño monstruo, recuerdo que en otro tiempo yo soñaba en Beatriz y en su compañía imposible.


FIN

lunes, 10 de diciembre de 2018

20 libros para regalar en Navidad. La recomendación de LA CASA DE TOMASA

Este año, y es el sexto, en nuestra lista no predomina el álbum ilustrado. Nos encanta poder decir que hemos encontrado 6 cómics estupendos para todas las edades. Y escarbando, escarbando, hemos dado con 4 libros informativos magníficos.

La lista contiene 20 libros de 18 editoriales distintas, solo 3 repiten (2 títulos): Takatuka, Libros del zorro rojo y Kalandraka. Si necesitas información detallada de cada libro consulta los Candidatos. Aunque la mayoría son novedades, conviene que los encargues en tu librería de confianza. Y arriesga con algún género que no suelas leer. Cómpralos (repasa bien las edades recomendadas) cuanto antes, que te los envuelvan y escóndelos hasta que llegue el momento.


La rebeldía de lo bello, lo lento, lo humano. Entrevista en el periódico PÁGINA12 al investigador especializado en educación Carlos Skliar, autor de Pedagogías de las diferencias.

Defiende la escuela como el último lugar posible del tiempo libre para chicas y chicos, la conversación como espacio de enseñanza y aprendizaje, la variación de las elecciones en “el mundo de verdad”. Frente a la uniformidad, el espíritu pragmático y el mandato de la productividad, el investigador advierte sobre la necesidad de liberar la infancia de las urgencias y las lógicas adultas.

En el último tiempo las ideas de Carlos Skliar en torno a la educación ganaron una popularidad que todavía para él resulta extraña. Su libro Pedagogías de las diferencias (Noveduc), publicado a comienzos del año pasado, ya va por su quinta reimpresión. Investigador principal del Conicet, reconocido internacionalmente por sus aportes pedagógicos y filosóficos al campo de la educación, algunos de sus planteos parecen atentar contra el estado de las cosas de esta época en el que impera la velocidad, la hiperconectividad, el pragmatismo. Propone la defensa de lo que considera virtudes olvidadas por la humanidad, entre otras la conversación como forma de transmitir conocimiento, y el silencio como imprescindible para indagar los desafíos vitales. Pero sus reflexiones no van dirigidas a una tribu de anacoretas sino a maestros y maestras del Sur del mundo. Porque es en las escuelas, dice, donde todavía se puede apostar por espacios de libertad, que se rebelen contra los mandatos productivistas, y que se permitan la posibilidad de mostrar otros mundos posibles. “Hay una generación de chicos agotados, que además están confundiendo saber con saber buscar”, afirma. De lo que se trata es de que niños y niñas puedan vivir la infancia sin las urgencias adultas. Cuenta que los chicos le preguntan todo el tiempo qué les puede enseñar que no esté en Youtube. “Y lo que pienso es que lo que no está ahí son los vínculos que se han tenido, que se han dado a lo largo de la historia, con una cosa llamada libro, con una cosa llamada canción, con una cosa llamada pintura”, reflexiona en diálogo con PáginaI12.


domingo, 9 de diciembre de 2018

"Para leer en contextos adversos y otros espacios emergentes". Un libro de descarga gratuita editado por el CERLAC y la Secretaría de Cultura del Gobierno de México (Blog "Linternas y bosques)

“Perder el lugar de origen es quizá una de las experiencias más difíciles, junto con la ausencia de un ser querido y el abandono”, escribe Fanuel Hanán Díaz en Palabras en mi maleta de Samuel Castaño (Ediciones Castillo, 2018). Cuando uno lee o escucha los desgarradores testimonios de los migrantes en caravana varados en Tijuana o todavía camino a la Ciudad de México, es inevitable pensar que muchas de estas personas experimentan las tres: irse, extrañar a alguien o perderlo en el camino y sentirse abandonado por gobiernos y personas. ¿Cómo sobrevivir emocional y físicamente a una realidad así de dura?

Las autoridades y los ciudadanos tenemos la responsabilidad de ofrecer refugio y ayuda. La lectura y la escritura, la literatura pueden ser vías. Son un paso, dice Evelyn Arizpe en el presente texto, hacia “la construcción de un sentido del ‘yo’ y de la pertenencia, a la vez, que crean conexiones con los ‘otros’ y con sus mundos”. Ofrecen espacios para reconstituirse, espacios para recuperar la dignidad, como ha insistido Michèle Petit y con quien dialoga la reflexión de Arizpe.
  
Una parte del gobierno, por lo menos, en coordinación con instituciones privadas y muchos voluntarios, ha asumido ese compromiso desde la mediación de lectura. El invaluable libro Para leer en contextos adversos y otros espacios emergentes (Secretaría de Cultura/DGP, 2018), de descarga gratuita aquí, da cuenta de ello de forma generosa. Hace accesible y reproducible una triada de programas coordinados por Angélica Vázquez del Mercado: “Leer con migrantes”, que opera a través de Salas de Lectura desde Chiapas hasta Baja California; “Metáforas para la reconstrucción”, creado para atender la crisis después de los sismos de 2017; y “Leer para la vida”, un seminario de fomento a la lectura para estudiantes de primer ingreso de las Escuelas Normales Públicas. Los primeros dos programas tuvieron como base la metodología empleada por Evelyn Arizpe para conformar la Red Internacional de Investigación: Literatura infantil en contextos críticos de desplazamiento: La creación de “espacios seguros” para niños y jóvenes a través de prácticas basadas en el cuento y el arte. CONTINUAR LEYENDO


La lectura en contextos adversos y otros espacios emergentes 7
Marina Núñez Bespalova
Transfigurar el horror en belleza 15
Michèle Petit
Literatura infantil en contextos críticos de desplazamiento: El Programa “Leer con migrantes” 23
Evelyn Arizpe
El Programa de capacitación “Leer con migrantes” 65
DGAFLL
Metáforas para la reconstrucción Proyecto de lectura y escritura en contextos adversos 123
DGAFLL
Leer para la vida. Seminario de Fomento a la Lectura y la Escritura en Escuelas Normales 163
DGAFLL



jueves, 6 de diciembre de 2018

El lagarto está llorando. Un poema de Federico García Lorca.


El lagarto está llorando.

La lagarta está llorando.

El lagarto y la lagarta

Con delantalitos blancos.

Han perdido sin querer

su anillo de desposados.

¡Ay, su anillito de plomo,

ay, su anillito plomado!

Un cielo grande y sin gente

monta en su globo a los pájaros.

El sol, capitán redondo,

lleva un chaleco de raso.

¡Miradlos qué viejos son!

¡Qué viejos son los lagartos!

¡Ay cómo lloran y lloran, ¡ay!,

¡ ay!, cómo están llorando!


miércoles, 5 de diciembre de 2018

Camposanto en Colliure. Un poema de Ángel González.

Tumba de Antonio Machado

Camposanto en Colliure
Aquí paz,
y después gloria.
Aquí,
a orillas de Francia,
en donde Cataluña no muere todavía
y prolonga en carteles de «Toros à Ceret»
y de «Flamenco’s Show»
esa curiosa España de las ganaderías
de reses bravas y de juergas sórdidas,
reposa un español bajo una losa:
paz
y después gloria.
Dramático destino,
triste suerte
morir aquí
paz
y después…
perdido,
abandonado
y liberado a un tiempo
(ya sin tiempo)
de una patria sombría e inclemente.
Sí; después gloria.
Al final del verano,
por las proximidades
pasan trenes nocturnos, subrepticios,
rebosantes de humana mercancía:
manos de obra barata, ejército
vencido por el hambre
paz…,
otra vez desbandada de españoles
cruzando la frontera, derrotados
…sin gloria.
Se paga con la muerte
o con la vida,
pero se paga siempre una derrota.
¿Qué precio es el peor?
Me lo pregunto
y no sé qué pensar
ante esta tumba,
ante esta paz
«Casino
de Canet: spanish gipsy dancers»,
rumor de trenes, hojas…,
ante la gloria ésta
…de reseco laurel
que yace aquí, abatida
bajo el ciprés erguido,
igual que una bandera al pie de un mástil.
Quisiera,
a veces,
que borrase el tiempo
los nombres y los hechos de esta historia
como borrará un día mis palabras
que la repiten siempre tercas, roncas.

domingo, 2 de diciembre de 2018

Memorias de una horca. Un cuento de José María Eça de Queirós.

De un modo sobrenatural llegó a mí la noticia de la existencia de este papel, donde una pobre horca podrida y negra relataba algunas cosas de su historia. Esta horca procuraba escribir sus trágicas Memorias. Debían ser profundos testimonios sobre la vida. Como árbol, nadie conocía tan bien el misterio de la Naturaleza; como horca, nadie conocía mejor al hombre. Nadie puede ser tan espontáneo y genuino como el hombre que se retuerce al extremo de una cuerda, ¡a no ser ese otro que se le sube a los hombros! Por desgracia, la pobre horca se pudrió y murió.

Entre los apuntes que dejó, los menos completos son estos que transcribo, resumen de sus dolores, vaga apariencia de gritos instintivos. ¡Si ella hubiera podido escribir su vida compleja, llena de sangre y de tristezas! Es hora de que sepamos, por fin, cual es la opinión que la vasta Naturaleza, montes, árboles y aguas, tiene del hombre imperceptible. Tal vez este sentimiento me lleve algún día a publicar papeles que guardo avaramente y que son las Memorias de un átomo y las Notas de viaje de una raíz de ciprés.

Así discurre el fragmento que copio y que es, tan sólo, el prólogo de las Memorias:

«Pertenezco a una antigua estirpe de robles, raza austera y fuerte, que ya en la antigüedad dejaba caer de sus ramas pensamientos para Platón. Era una familia hospitalaria e histórica: ella había dado vida a navíos para la ruta tenebrosa de las Indias, lanzas para los alucinados de las Cruzadas y vigas para los techos sencillos y aromáticos que cobijaron a Savonarola, Spinoza y Lutero. Mi padre, olvidando las altas tradiciones sonoras y su linaje vegetal, tuvo una vida inerte y profana. No respetaba las morales antiguas, ni la ideal tradición religiosa, ni los deberes de la Historia. Era un árbol materialista. Lo habían pervertido los enciclopedistas de la vegetación. ¡Carecía de fe, de alma, de dios! Profesaba la religión del sol, de la savia y del agua. Era el gran libertino de la selva pensante. En verano no bien sentía la fermentación vívida de las savias, cantaba agitándose al sol, cobijaba los grandes conciertos de pájaros bohemios, escupía la lluvia sobre el pueblo encorvado y humilde de las hierbas y de las plantas, y por la noche, en el abrazo de las hiedras lascivas, roncaba bajo el silencio estelar. ¡Cuando llegaba el invierno, con la pasividad animal de un mendigo, alzaba hacia la impasible ironía del azul sus brazos flacos y suplicantes! CONTINUAR LEYENDO

sábado, 1 de diciembre de 2018

No decía palabras. Un poema de Luis Cernuda.

No decía palabras,
acercaba tan sólo un cuerpo interrogante,
porque ignoraba que el deseo es una pregunta
cuya respuesta no existe,
una hoja cuya rama no existe,
un mundo cuyo cielo no existe.
La angustia se abre paso entre los huesos,
remonta por las venas
hasta abrirse en la piel,
surtidores de sueño
hechos carne en interrogación vuelta a las nubes.

Un roce al paso,
una mirada fugaz entre las sombras,
bastan para que el cuerpo se abra en dos,
ávido de recibir en sí mismo
otro cuerpo que sueñe;
mitad y mitad, sueño y sueño, carne y carne,
iguales en figura, iguales en amor, iguales en deseo.

Aunque sólo sea una esperanza,
porque el deseo es una pregunta cuya respuesta nadie sabe.

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Estupenda página de Blogge@ndo dedicada al surrealismo en la obra de Luis Cernuda. Adela Fernández, Irene González y Marimar Pérez, con la colaboración de Felipe Zayas



viernes, 30 de noviembre de 2018

Muerte en el olvido. Un poema de Ángel González.

Yo sé que existo
porque tú me imaginas.
Soy alto porque tú me crees
alto, y limpio porque tú me miras
con buenos ojos,
con mirada limpia.
Tu pensamiento me hace
inteligente, y en tu sencilla
ternura, yo soy también sencillo
y bondadoso.
Pero si tú me olvidas
quedaré muerto sin que nadie
lo sepa. Verán viva
mi carne, pero será otro hombre
—oscuro, torpe, malo— el que la habita...

jueves, 29 de noviembre de 2018

Soldados de la República: Un cuento de Dorothe Parker.

AQUELLA TARDE de domingo estábamos sentados con la muchacha sueca en el gran café de Valencia. Tomábamos vermú en gruesas copas, y en cada una de ellas había un cubito de hielo grisáceo lleno de agujeros. El camarero se sentía tan orgulloso de aquel hielo que apenas soportaba dejar las copas sobre la mesa y separarse de él para siempre. Siguió con sus tareas -por toda la sala la gente daba palmas y silbaba para llamar su atención-, pero se volvió a mirar por encima del hombro.

Fuera estaba oscuro, la oscuridad veloz y nueva que de un salto y sin sombras se impone al día, pero como en las calles no había luces, parecía tan profunda y antigua como la medianoche. Por eso te asombrabas de que todos los críos siguieran levantados. En el café había críos por todas partes, críos serios sin solemnidad, que observaban el ambiente que los rodeaba con tolerante interés.

En la mesa contigua a la nuestra había uno notablemente pequeño; tendría quizá seis meses. Su padre, un hombrecito con un uniforme grande que lo hacía caído de hombros, lo sostenía con cuidado sobre las rodillas. El crío no hacía nada; sin embargo, el padre y su joven y delgada mujer, cuyo vientre volvía a estar hinchado bajo el vestido raído, lo contemplaban sumidos en una especie de éxtasis de admiración, mientras en la mesa se les enfriaba el café. El crío iba endomingado, todo de blanco; sus ropitas llevaban remiendos tan delicados que la tela hubiera pasado por entera si la blancura de los zurcidos no hubiera variado de tono. Lucía en el pelo un lazo azul de cinta nueva, atado con absoluto equilibrio entre las lazadas y los extremos. La cinta de nada servía; no había pelo suficiente que precisara sujeción. El lazo era un mero adorno, un toque de gracia calculada. CONTINUAR LEYENDO


DOROTHY PARKER (1893-1967), poeta, narradora y guionista estadounidense. Durante la década de 1930, la autora, de tendencia izquierdista, desarrolló una intensa actividad política ayudando a fundar la Anti-Nazi League ("Liga antinazi") en Hollywood. Fue investigada por el FBI como sospechosa de pertenecer al Partido Comunista, por lo que llegó a aparecer en la Lista Negra de Hollywood y tuvo problemas para trabajar como guionista. Durante el periodo de la Guerra Civil Española fue una muy activa defensora de la causa republicana, participando en campañas de recaudación de fondos para dicha causa e incluso realizando un viaje a España. Testigo de ese viaje a España es el cuento "Soldados de la República", ambientado en un café de Valencia, cuento de carácter triste y melancólico publicado en New Yorker. La pérdida de la guerra por parte de los republicanos dejó una triste impronta en ella, haciendo aumentar su ya de por si desmesurado pesimismo vital.

miércoles, 28 de noviembre de 2018

"FIN". Un poema de Constantino Cavafis

En el medio del temor y las sospechas,
con la mente trastornada y los ojos espantados,
nos consumimos y planeamos cómo hacer
para escapar del seguro
peligro tan atroz que nos acecha.
Y sin embargo, en qué error estamos, ese peligro
no está en nuestro camino.
Eran mentira las noticias
(o no las escuchamos o mal las entendimos).
Otra desgracia que no sospechábamos,
súbita, fulminante se abate sobre nosotros,
y desprevenidos —ya no hay tiempo— nos arrastra.
Constantino Petrou Cavafis

lunes, 26 de noviembre de 2018

HERNÁN. Un cuento de Abelardo Castilo.

Me atrevo a contarlo ahora porque ha pasado el tiempo y porque Hernán, lo sé, aunque haya hecho muchas cosas repulsivas en su vida, nunca podrá olvidarse de ella: la ridícula señorita Eugenia, que un día, con la mano en el pecho, abrió grandes los ojos y salió de clase llevándose para siempre su figura lamentable de profesora de literatura que recitaba largamente a Bécquer y, turbada, omitía ciertos párrafos de los clásicos y en los últimos tiempos miraba de soslayo a Hernán. Quiero contarlo ahora, de pronto me dio miedo olvidar esta historia. Pero si yo la olvido nadie podrá recordarla, y es necesario que alguien la recuerde, Hernán, que entre el montón de porquerías hechas en tu vida haya siempre un sitio para ésta de hace mucho, de cuando tenías dieciocho años y eras el alumno más brillante de tu división, el que podía demostrar el Teorema de Pitágoras sin haber mirado el libro o ridiculizar a los pobres diablos como el señor Teodoro o hacerle una canallada brutal a la señorita Eugenia que guardaba violetas aplastadas en las páginas de Rimas y leyendas y olía a alcanfor.

Ella llegó al Colegio Nacional en el último año de mi bachillerato. Entró a clase y desde el principio advertimos aquella cosa extravagante, equívoca, que parecía trascender de sus maneras, de su voz, lo mismo que ese tenue aroma a laurel cuyo origen, fácil de adivinar, era una bolsita colgada sobre su pecho de señorita Eugenia, bajo la blusa. Ella entró en el aula tratando de ocultar, con ademanes extraños, la impresión que le causábamos, cuarenta muchachones rígidos, burlonamente rígidos junto a los bancos, y cualquiera de los cuarenta debía mirar a la altura del hombro para encontrar sus ojos de animalito espantado. Habló. Dijo algo acerca de que buscaba ser una amiga para nosotros, una amiga mayor, y que la llamáramos señorita Eugenia, simplemente. Alguien, entonces, en voz alta –lo bastante alta como para que ella bajara los ojos, con un gesto que después me dio lástima–, se asombró mucho de que todavía fuera señorita, yo me asombré mucho de que todavía fuera señorita y los demás rieron, y ella, arreglando nerviosamente los pliegues de su pollera, fue hacia el escritorio. Al levantar los ojos se encontró con todos parados, mirándola. No atinó sino a parpadear y a juntar las manos, como quien espera que le expliquen algo, y cuando torpemente creyó que debía insinuarnos "pueden sentarse", nosotros ya estábamos sentados y ella reparó por primera vez en Hernán. Él se había quedado de pie, tieso, se había quedado de pie él solo. Y en medio del silencio de la clase, dijo:

–Yo –dijo pausadamente– soy Hernán.

Esto fue el primer día. Después pasaron muchos días, y no sé, no recuerdo cómo hizo él para darse cuenta: acaso fue por aquellas miradas furtivas que, al llegar a ciertos párrafos de los clásicos, la señorita Eugenia dirigía hacia su banco, o acaso fue otra cosa. De todos modos, cuando se lo dijeron ya lo sabía. "Me parece que la vieja...", le dijeron, y Hernán debió fingir un asombro que jamás sintió, puesto que él lo había adivinado desde el comienzo, desde que la vio entrar con sus maneras de pájaro y su cara triste de mujer sola; porque Hernán sabía que ella se inquietaba cuando él, acercándose sin motivo, recitaba la lección en voz baja, íntima, como si la recitara para ella. CONTINUAR LEYENDO

viernes, 23 de noviembre de 2018

"eBiblio Castilla y León". Préstamo gratuito de libros electrónicos a través de Internet.

eBiblio Castilla y León es un servicio de la Red de Bibliotecas de Castilla y León, que hace posible la lectura de libros electrónicos a través de internet y permite a los usuarios de las bibliotecas tomar en préstamo las principales novedades editoriales en formato digital para poderlas leer en diferentes dispositivos: tabletas, teléfonos inteligentes, ordenadores personales o lectores de libros electrónicos.