lunes, 23 de enero de 2017

Jack London y la “enfermedad de leer”. Cristian Vázquez. Revista "Letras Libres".

A un siglo de su muerte, la obra de Jack London conserva todo su vigor, aunque ha sido objeto de lecturas oblicuas o de lo que un crítico español llama la “enfermedad de leer”

En su ensayo “La enfermedad de leer”, incluido en La cena de los notables(2008), el editor y crítico español Constantino Bértolo utiliza tres relatos clásicos como modelos para desarrollar sus tesis: Madame Bovary, la novela de Flaubert; La historia de Naneferkaptah, un joven perteneciente a la familia real egipcia diez siglos antes de Cristo, y Martin Eden, de Jack London. En los tres casos (y en muchos otros, como el Quijote), de un modo u otro, la lectura lleva a sus protagonistas a la perdición.

“Historias para leer en las que hay un aviso contra la lectura”, explica Bértolo. “Historias que parecen confirmar los resquemores y desconfianzas que la ficción narrativa ha despertado de manera recurrente a lo largo de la Historia”. Si bien hoy en día “nadie dice —continúa el autor— que la lectura trastoque el entendimiento […] la vieja desconfianza rebrota en la denuncia de que la lectura de determinados libros fomenta la estupidez del público, estropea el gusto o incrementa la alienación individual o colectiva”.

Si nos limitamos al área de la narrativa, los libros que reciben esas acusaciones son los best-sellers y los correspondientes a los llamados géneros populares, como las novelas rosas o de vaqueros, cierta clase de policiales y muchas colecciones de literatura infantil o juvenil. Estas últimas han ejercido sobre determinadas obras y autores un doble efecto, negativo y positivo a la vez: por un lado, les colgaron la etiqueta de obras menores; por el otro, hicieron que se sigan leyendo. Jonathan Swift, Walter Scott, Robert L. Stevenson y el propio Jack London son algunas de las víctimas-beneficiarios de esta tensión.

A esto, precisamente, se refiere José María Brindisi en un artículo reciente del diario La Nación, de Buenos Aires, en ocasión del centenario de la muerte de Jack London, que se cumple hoy. Brindisi se pregunta quién lee y cómo se lee a este autor en nuestros días. En América Latina, dice, “se trata de una obra reconocida, sí, pero a la que se recuerda con nostalgia, casi como un encantador pecado de juventud”. Es decir, como si releer Colmillo blanco en la adultez fuera algo de lo cual hubiera que avergonzarse. Jack London, sin embargo, es muchísimo más que un autor de libros de aventuras para adolescentes. Sus cuentos, sin duda, están entre los mejores de la narrativa breve norteamericana, y a sus novelas el tiempo no les ha quitado ni un pedacito de su vigor. CONTINUAR LEYENDO


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