viernes, 2 de diciembre de 2016

Una historia de amor, libros y vida. Tomada del Blog de la Asociación Entrelibros.

El otro día leí esta entrada del blog de la Asociación Entrelibros en la que Andrea nos cuenta su vivencia mediada por un cuento con un niño y su familia en el transcurso de su enfermedad. Aquí os la dejo. Merece la pena leerla para volver a emocionarse con la magia de la que es portadora la lectura en voz alta, y que no es otro que el del encuentro humanizante.
Hace unos días hice un viaje muy especial a un pueblo de la provincia de Granada. Fui al encuentro de la madre de Álvaro, un niño al que durante casi dos años estuve leyendo en la sección de Oncología Pediátrica del Hospital Materno Infantil de Granada. Por respeto al dolor de la madre, Pilar, he postergado la narración de esta historia. Ahora, después de la visita al pueblo de Álvaro y de la larga conversación con su madre, puedo contarla. Ella me ha autorizado a hacerlo. No es fácil, sin embargo, escribir esta historia de amor, libros y vida.
Desde que entró por primera vez en el hospital, con seis años, hasta su fallecimiento, en julio del año pasado, estuve leyendo a Álvaro siempre que estuvo ingresado. Había muchas tardes en que debido al tratamiento no tenía muchas ganas de que le leyera, pero al final casi siempre sucumbía ante las historias que le ofrecía. Hubo muchas tardes de conversación y mucha complicidad entre él, su madre y yo. Tardes en las que, cuando llegaba y estaba dormido, su madre me pedía que entrase y hablásemos un rato. O, por mejor decir, yo simplemente escuchaba a una madre desahogar su estupor y su tristeza ante una enfermedad que no entendía por qué había afectado a su hijo. Sé que el consuelo de tener a alguien con quien compartir el dolor forma parte de nuestra actividad como lectores de la Asociación Entrelibros, especialmente en Oncología, pero con la madre de Álvaro mantuve una relación muy estrecha. CONTINUAR LEYENDO

1 comentario:

  1. Muchas gracias una vez más, Miguel por acercarnos historias que nos conmueven. Esta especialmente la siento profundamente porque me toca vivirla de cerca.
    Trabajar en un aula hospitalaria es como subirse cada mañana a una montaña rusa; a veces te sientes elevado, casi volando y en otras ocasiones caes estrepitosamente hacia la más profunda tristeza, rabia y rebelión ante la injusticia de ver cómo la enfermedad se ceba en aquellos que acaban de empezar su camino y lo encuentran lleno de obstáculos. Y tú estás allí, perdida, sabiendo que no puedes quitar las piedras del camino, sólo puedes contar y leerles historias para que, durante un instante, sean capaces de soñar, volar y sonreír. Gracias, gracias, gracias.

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