viernes, 4 de septiembre de 2015

La puerta en el muro. Un cuento de H.G. Wells

Oliver Sacks en su libro titulado: "El hombre que confundió a su mujer con un sombrero" hace referencia a este cuento en el capítulo 15 (pág. 178) titulado: Reminiscencia. Dice así: 
Había oído cosas similares a algunos de mis pacientes tratados con L-Dopa... y el término que yo utilizaba era "nostalgia incontinente". Y lo que me dijo la señora O'C., su patente nostalgia, me recordó un relato conmovedor de H. G. Wells, "La puerta en el muro". Le expliqué el argumento. "Es eso", dijo ella. "Eso expresa perfectamente la atmósfera, el sentimiento,. Pero mi puerta es real, lo mismo que era real mi muro. Mi puerta lleva al pasado perdido y olvidado".

LA PUERTA EN EL MURO

Hará próximamente unos tres meses me contó Lionel Wallace, durante una larga sobremesa propicia a las confidencias, la historia de la puerta en el muro; y recuerdo que tuve la impresión de que, al menos en cuanto a mi amigo se refería, acababa de escuchar un relato verídico. Habló con tan persuasiva simplicidad, que no pude substraerme a su sugestión; pero cuando a la mañana siguiente me desperté y me puse a rememorar en la pereza muelle del lecho sus palabras, despojadas ya en el recuerdo de la cadencia grave y lenta de su voz y de la luz tamizada por la pantalla, cuya claridad tenue dulcificaba los objetos que cubrían la mesita, envolviendo los cubiertos de plata y el blanco mantel en una sugeridora penumbra, la historia me pareció increíble.

Y me dije: "Ha empleado su destreza de conversador en jugar a mi credulidad una mala pasada... No esperaba eso de él". . . Poco después, sentado en la cama, mientras bebía a lentos sorbos mi taza de té, traté de explicarme cierta impresión de realidad que, chocando con mi escepticismo, inscribía la confidencia en un círculo vicioso tan pronto de incertidumbre como de confianza; y mi impresión final fue que debía suponer, sospechar, adivinar -no sé cuál de estos términos será más justo- algunas aventuras inconfensables merced a las cuales la narración escuchada la víspera hallaría el complemento preciso para ser verdadera.

¿Cómo obtener ya esas aclaraciones? Actualmente mis dudas se han desvanecido y creo, como creí la noche de la confidencia, que Wallace me reveló su secreto sin impostura alguna; pero me es imposible afirmar si vio o creyó ver los hechos, si estaba dotado de un privilegio sobrenatural o bien era juguete de una alucinación. Las circunstancias que rodearon su muerte no esclarecen esta disyuntiva. El lector juzgará por sí mismo. No me acuerdo ya qué comentario o qué censura mía incitó a Wallace, tan reservado siempre, a confiarse a mí. CONTINUAR LEYENDO

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